El “espíritu” asumiendo el “cuerpo” le da carácter de persona, es decir, lo espiritualiza.
Los cuerpos de los animales no tienen espíritu y por tanto “son lo que son” animales.
La persona es “media eternidad”, análogamente a la “media recta”, que a partir de un punto una serie de puntos siguiendo la misma dirección y sentido trazan la recta con un principio y sin fin.
La persona un día nace, el paso de los días marcan su vida en la oscuridad terrena hasta que llega la claridad, con la Luz de Dios.
Esta analogía entre la persona y la recta no es aplicable al cuerpo, ya que llega un día en el que el cuerpo se desvanece y desaparece.
La analogía es aplicable al espíritu de la persona, pues en ese día en el que el cuerpo se desvanece, el espíritu pasa de la Tierra al Cielo, de la temporalidad a la “media eternidad”.
Este paso de la temporalidad a la eternidad da sentido, alcance y valor a la “trascendencia”. Se debe vivir con el sentido Trascendente de la vida.
En la “media eternidad” el cuerpo de la persona no aparece, es el espíritu, esencia de las personas, son las que se relacionan. No hay corporeidad, ojos para ver, lengua para hablar, oídos para escuchar, vestidos con los que cubrirse. Todo esto está de más, pues lo que informa a la persona es su espíritu. Uno vale lo que vale su espíritu, es decir, según su memoria, entendimiento y voluntad. Pobre persona es la que tiene poco espíritu.
Los sentidos del cuerpo son: vista, oído, olfato, gusto y tacto. Con la vista vemos, con el oído oímos, con el gusto saboreamos y con el tacto palpamos.
Las potencias del espíritu: memoria, entendimiento y voluntad alientan a la persona. La memoria actualiza el pasado, el entendimiento valora el espíritu y la voluntad rinde el corazón.
Por eso se debe cultivar el espíritu mucho más de lo que se fomenta el cuerpo mediante alimentos y ejercicios.