El trabajo es una actividad operativa del hombre.
El hombre fue creado ut operaretur, para trabajar en el Paraíso sin fatigas ni sudores, pero esta situación la perdió al desobedecer el mandato de Dios. Ahora tendría que trabajar y sudar trabajando.
El hombre necesita trabajar para obtener los bienes que precisa para la propia vida, la de su familia e incluso para la sociedad. “Quien no trabaje, no coma”.
Además de esta primordial condición, en el trabajo se deben dar otras motivaciones: la realización de una obra buena, con perfección y útil; la propia realización, es decir, satisfacción.
Con otras palabras: se “santifica la obra bien hecha, se santifica quien hace bien y se santifica a quienes ven trabajar bien.
Laboralmente y socialmente los trabajos son valorados en distintos niveles, pero con sentido “transcendente” le da valor la intencionalidad. Por tanto, la obra del labrador puede valer como la del investigador.
La obra de los que realizaron los arbotantes de las catedrales no puede ser apreciada por los que pisan tierra, sino por Dios, Quizá la intencionalidad de estos artífices fuera solamente la retribución.
La intencionalidad da un “valor añadido” a todo trabajo.
Todo trabajo realizado con recta intención viene a ser oración y una buena oración puede ser trabajosa.