Del matrimonio de Carlos I con Isabel de Portugal nació en Valladolid el 21 de mayo de 1527 el Príncipe, que seis semanas después le bautizaría el arzobispo de Toledo en el convento de San Pablo en Valladolid, imponiéndole el nombre de Felipe.
Fueron padrinos el condestable de Castilla, duque de Béjar y Leonor, reina de Francia y hermana de Carlos. Para celebrar el acontecimiento se dieron “torneos”, pero llegaron noticias del saqueo de Roma el día 6 de mayo por las tropas del Emperador y ensombrecieron los festejos.
Un año después las Cortes reconocieron como heredero al Príncipe Felipe y a la emperatriz Isabel como regente durante la inminente ausencia del Emperador que partió de Barcelona el 27 de julio de 1529 sin poder regresar hasta 1533. Esta primera ausencia del padre habría de repetirse posteriormente.
A los cuidados de la madre se unieron los de su “aya” portuguesa Leonor de Mascarenhas, que en reconocimiento de su atención Felipe le nombraría “aya” de su hijo Carlos. Felipe también tuvo “ayos” como Pedro González de Mendoza, hijo del duque del Infantado. Otros “ayos” y tutores fueron Zúñiga y Silíceo.
Como alumno, Felipe no era un modelo, su latín fue regular, su estilo literario mediocre y su caligrafía deficiente. El portugués vino a bien entenderlo, ya que en la corte había un ambiente portugués. El francés también lo entendía, pero no lo escribía. De otras lenguas, como el alemán nada. Desde pequeño le gustaban los torneos infantiles y los bailes, con el tiempo se aficionó a la caza.
El Emperador volvió a España en 1533 y permaneció hasta que en 1535 nuevamente se hubo de ausentar.
En 1534 Isabel dio a luz a su tercera criatura Juana, anteriormente había tenido a María y a Felipe.
En el verano de 1538 vino a España el Emperador para convocar Cortes en Toledo solicitando dinero para las campañas en Alemania, pero los nobles se negaron.
En la primavera de 1539 enfermó Isabel, encontrándose en Toledo, y falleció el 1 de mayo. Felipe no tenía más que doce años. Su cadáver fue trasladado a la cripta real en Granada, donde descansan los restos de Isabel y Fernando.
El Príncipe presidió los funerales por la Emperatriz, su madre, en la iglesia de San Juan de los Reyes en Toledo. El Emperador, que amaba profundamente a su esposa, se retiró a un convento durante siete semanas. Al finalizar el mes de junio, ante una revuelta en Gante, hubo de partir de España, atravesando Francia, para llegar a Flandes, siendo acompañado de un pequeño contingente de fuerzas.
El pequeño Felipe quedó en manos del cardenal Tavera, regente. Ayudado por el duque de Alba y Francisco de Cobos. Zúñiga siguió instruyendo al Príncipe, influyendo de forma decisiva en la formación. Quizá, fuera educado más como hombre, que como niño. Felipe había perdido a su madre, a su padre poco le podía ver, y en sus hermanas centró sus afectos, que perduraron a lo largo de los años.
En Valladolid volvió Felipe a reunirse en 1541 con su padre, quien le eligió para esposa a la princesa de Portugal, María. Además le nombró un secretario particular, el humanista Gonzalo Pérez, rudo y autoritario sacerdote que le sirvió con toda fidelidad durante veinticuatro años. El Príncipe, en estos años, se familiarizó con las residencias reales y cotos de caza del corazón de Castilla
El Emperador con su hijo recorrió las provincias orientales de Aragón, Cataluña, y Valencia, conocidas como la Corona de Aragón. También pasaron por Navarra.
De esta forma el heredero visitaba cada reino y juraba sus fueros.
El 1 de marzo de 1543 el Emperador iniciaba su ausencia más prolongada de la península, catorce años, durante los cuales fue arruinando su salud sin alcanzar los ideales imperiales que se había propuesto. Antes de su partida, dejó a Zúñiga “Instrucciones” muy pormenorizadas y confidenciales en relación con la conducta personal y pública del Príncipe. Felipe tuvo siempre un respeto inconmovible hacia su padre, más veneración que amor tangible.
Siguiendo la propuesta del Emperador, el 12 de noviembre de 1543, el cardenal Tavera presidiría el enlace matrimonial de la Princesa María de Portugal con el Príncipe Felipe, en la ciudad de Salamanca. Tras los festejos, la pareja real emprendió viaje a Valladolid, pasando por Tordesillas para visitar a la reina de Castilla, Juana, loca por su Felipe el “Hermoso” y abuela de Felipe. Desde ahora y como regente, Felipe firmaría sus decretos: en nombre de “la Católica Reyna, del Emperador y Rey, mis señores”, hasta la muerte de Juana en 1555.
Felipe, con 16 años y como regente, debía gobernar con las ayudas del Comendador Mayor de León, Cobos, y del duque de Alba. Para asuntos de mayor importancia se apoyaba en los Consejos. El más importante, es el Consejo Real (llamado también de Castilla), otros son el de Guerra, el de Hacienda, el de América (Consejo de Indias), el de la Inquisición, y algún otro.
Comenzó Felipe a recibir en audiencia, así se la concedió al marqués de Modéjar que presentó un plan para pacificar las tierras ocupadas por los moriscos de Granada.
Sea por la respuesta de los Consejos, sea por su propio parecer, lo cierto es que en varias ocasiones no atendió las peticiones de ayuda solicitadas por su padre.
La mujer de Felipe, María, murió teniendo diez y siete años, después de dar a luz a su hijo Carlos.
Desde Alemania, el Emperador expresaba su ansiedad e impaciencia por ver a Felipe. Le inquietaba la inestabilidad de muchos de sus territorios y el estado de su propia salud. La gota, que aquejaba a casi todos los personajes de la época, y que devastaba su organismo.
Deseaba hacer arreglos para asegurar la sucesión de su hijo. Además, había concluido una época de la historia europea en 1547: Habían muerto Enrique VIII de Inglaterra, Francisco I de Francia, anteriormente Martín Lutero y desaparecía “Barbarroja” el azote del Mediterráneo. Los príncipes luteranos habían sido vencidos en la batalla de Mühlberg. Ahora podía viajar el Príncipe con seguridad para encontrarse con su padre, quedando en España, como regente, el archiduque Maximiliano cuyo matrimonio con María, la hermana de Felipe, se había concertado. Maximiliano, era hijo de Fernando, hermano del Emperador y hablaba perfectamente el español, además de otras cinco lenguas.
El 8 de octubre de 1548 salió de Barcelona Felipe acompañado por un numeroso grupo de nobles, entre ellos Alba. El viaje, recorriendo el norte de Italia, atravesando los Alpes, y cruzando regiones alemanas, terminó con la llegada a los Países Bajos. Había durado seis meses, se habían visto otras tierras y recibido toda clase de bienvenidas y festejos. En el palacio real de Bruselas, donde residía María de Hungría, hermana del Emperador y regente, se encontraron Felipe y Carlos, se abrazaron después de varios años sin haberse visto.
El viaje de Felipe tenía la finalidad la jura del Príncipe de España como heredero de cada provincia, así como conocer a sus futuros súbditos del norte. En los meses de julio y agosto visitó las provincias meridionales y en septiembre y octubre las del norte. En todas partes se celebraban torneos y fiestas.
El siguiente año había de reunirse con la dieta Imperial, en Augsburgo, junto al Emperador.
En Aquisgrán visitó Felipe la tumba del emperador Carlomagno. Acudió Colonia, llegó a Bonn, embarcado en navíos fluviales recorrió parte del Rin.
En Maguncia fue huésped del arzobispo. Continuó por tierra camino de la imperial ciudad de Augsburgo. Al Emperador mucho le interesaba obtener la ayuda frente al peligro de la invasión turca por el Danubio. A los protestantes más les interesaba aclarar la cuestión religiosa y conseguir la liberación del duque de Sajonia. Para el Emperador punto importante era la reunión de la familia Habsburgo, deseando dejar su herencia íntegra a Felipe. Carlos, el Emperador, había consolidado el control de los territorios de los Augsburgo, principalmente Austria y Bohemia, poniéndolos en manos de su hermano Fernando. Este desde 1531 era “rey de romanos”, título que le daba derecho de sucesión a la corona imperial. Fernando deseaba la sucesión y la corona imperial para su hijo mayor Maximiliano, rey de Bohemia y a la sazón regente en España. Al fin llegaron a un compromiso: La corona imperial pasaría de Fernando a Felipe y a continuación a Maximiliano. En su fuero interno, Fernando no estaba dispuesto a cumplir el compromiso. En la Dieta, Carlos y por supuesto Felipe, garantizaron el respeto a la fe luterana en Alemania.
Felipe pasó un año entero en el sur de Alemania. A mediados de 1551 Felipe emprendió el regreso a España, llegando a Valladolid en el otoño. El resto del año lo pasó entre Madrid y Aranjuez. Ya no estaba Maximiliano con María, hermana de Felipe y pronto dejaría de ver a su otra hermana Juana, de 16 años y extraordinariamente atractiva, ya que contraería matrimonio con Juan de Portugal.
El Emperador Carlos, que se encontraba en Innsbruck, se vio sorprendido por los turcos que tomaron Trípoli y los franceses, unidos con los protestantes alemanes, reclamaban los territorios italianos de los Augsburgo y ocupaban la Lorena. En 1553 el Emperador se sentía viejo, enfermo y deprimido, contemplando la posibilidad de abdicar. A tal fin llegó Felipe el día 8 de septiembre de 1555 procedente de Londres, donde dejó a su mujer María. En el palacio de Bruselas el día 25 de octubre de 1555 entró el Emperador en el salón, abarrotado de altos dignatarios y funcionarios, acompañado por el príncipe de Orange y con un bastón en su mano izquierda, subió al estrado, tomó asiento, sentó a su derecha a Felipe y a su izquierda a María de Hungría.
Antes de anunciar su decisión, hizo un breve y conmovedor resumen de su vida y de sus luchas: Nueve veces fui a Alemania la Alta, seis he pasado en España, siete en Italia, diez he venido a Flandes, cuatro en tiempo de paz o de guerra he entrado en Francia, dos en Inglaterra, otras dos fui a África... Y para esto he navegado ocho veces el mar Mediterráneo y tres el Océano de España, y ahora será la cuarta que volveré a pasarlo para sepultarme. A continuación el Emperador pidió al Príncipe su mano y lo abrazó, le ordenó arrodillarse, y colocando sus manos sobre la cabeza le bendijo. Después Felipe se levantó y aceptó las obligaciones que le encomendaba con pocas palabras en francés, por no hablar la lengua oficial de los Estados Generales. Carlos invistió formalmente a su hijo como nuevo soberano de los Países Bajos.
Por renuncia de María de Hungría fue nombrado el joven duque de Saboya nuevo gobernador de los Países Bajos.
Carlos, posteriormente cedería a su hijo la autoridad sobre los territorios italianos del Sacro Imperio Romano.
Sin la presencia de Felipe fue proclamado rey de España el 28 de marzo de 1556 en la plaza mayor de Valladolid. A partir de la primavera de 1556, Felipe fue el gobernante del mayor imperio del mundo, ya que incluía España, Inglaterra, los Países Bajos con el Franco Condado, la mitad de Italia y territorios en América.
El 17 de septiembre de 1556 el Emperador, acompañado de sus hermanas María de Hungría y Leonor de Francia, embarcó rumbo a España, llegando al monasterio de Yuste (Extremadura) a finales de noviembre. Hasta el mes de febrero de 1557 no pudo instalarse en sus aposentos del palacio. En el mes de agosto de 1558 enfermó gravemente, falleciendo en las primeras horas del 21 de septiembre, sosteniendo en su derecha mano el crucifijo que su esposa Isabel había tenido en las suyas cuando murió.
REINAS, COMO ESPOSAS DE FELIPE II
Realmente la primera esposa de Felipe II que fue Reina es María Tudor. Felipe acepto este casamiento como una maniobra política del Emperador Carlos, su padre. María tenía once años más que su prometido. De Felipe, en sus ocho años de viudo, se conocieron sus aventuras galantes. En su gran vuelta por Italia, Alemania y los Países Bajos, había tenido gran éxito entre las jóvenes doncellas. En Valladolid tuvo relación con una dama de la Corte, Isabel Osorio.
A pesar de la fuerte oposición, que en Inglaterra, tuvo este matrimonio la boda se celebró, con el debido esplendor, en la catedral de Winchester el 25 de julio de 1554. Felipe podía casarse en términos de igualdad, puesto que era rey de Nápoles y príncipe heredero del Emperador Carlos. Antes de celebrarse la boda quedaron fijadas las limitaciones, no admitiendo a extranjeros para cualquier cargo en Inglaterra, no involucrando al país en las guerras con otros reinos y renunciado a todos los derechos en caso de fallecer María antes que Felipe. Si los españoles no eran bien vistos por los ingleses, lo mismo se puede decir al revés. Los esposos eran conscientes de que el amor no era parte del contrato matrimonial. Según dicen la reina no es nada hermosa, es pequeña y más flaca que gorda, muy blanca y rubia, no tiene cejas, es una santa y viste muy mal. El distanciamiento de Felipe de los asuntos ingleses fue ejemplar. Su estancia en Inglaterra duró poco más de un año y ésta se alargó por la sospecha de estar embarazada la reina. Descartada la sospecha, pudo Felipe acudir a la llamada de su padre y se despidió de la reina en Greenwich el 29 de agosto, quedando María desconsolada.
El día 8 de septiembre Felipe se reunió con el Emperador en Bruselas. Tiempo después se encontraba Felipe camino de Bruselas, cuando recibió la noticia de la muerte de su mujer, María Tudor el día 17 de noviembre de 1558. Como poco antes había muerto el Emperador, quiso que las ceremonias mortuorias se celebraran en Bruselas y en el orden en que habían muerto, es decir primero las del Emperador y después las de su esposa y Reina María. También hubo de celebrarse el funeral por María de Hungría, tía de Felipe, que murió así mismo en el mes de noviembre.
Con la muerte de María, los poderes y la autoridad de Felipe en Inglaterra automáticamente prescribían. No por eso se perdería la buena relación entre las dos monarquías. Incluso se pensó en el matrimonio de Felipe con Isabel (dos años antes había pensado casar a su hijo Carlos con ésta).
No había transcurrido medio año, el 22 de junio de 1559, Felipe, en la catedral de Notre Dame contrajo matrimonio con Isabel de Valois. En la suntuosa ceremonia Felipe estuvo representado por el duque de Alba. Esta unión fue posible desde que en el mes de abril se firmó un acuerdo de paz entre Francia y España, o si se quiere, entre los Valois y los Habsburgo. Para festejar la boda hubo torneos y justas. En una de estas intervino el rey de Francia Enrique II con tal mala fortuna que la lanza del contrincante se clavó en su ojo derecho quedando inconsciente y muriendo a los pocos días, el 10 de julio. Esta muerte causó gran consternación a Felipe, pero debiendo atender asuntos de gobierno en otros puntos, puso el gobierno de los Países Bajos en manos de su hermanastra Margarita de Parma, que tenía 37 años y era hija ilegítima del Emperador y de una flamenca. Se educó Margarita en Italia y llegó a casarse con un Farnesio, duque de Parma. De aquí se diga “Margarita de Parma” y que uno de sus hijos viniera a ser Alejandro Farnesio. Felipe tras despedirse Margarita y de los grandes señores embarcó, acompañado por Alejandro Farnesio y por un conjunto de más de cincuenta navíos, rumbo a Laredo. Después de unos días de descanso llegó a Valladolid el 14 de septiembre 1559. A mediados de diciembre de 1559 llegó Isabel de Valois a la frontera española, pasando unos días en Pamplona. El 28 de enero estaba en Guadalajara, siendo agasajada por la princesa Juana. El casamiento se formalizó el 31 de enero de 1560 en el palacio de los duques del Infantado. Isabel tenía casi 14 años y Felipe veinte años más y dos veces viudo, quedó cautivado de la viveza y belleza de su nueva esposa.
Los reyes pusieron su hogar en Toledo, donde se celebró un auto de fe en la plaza de Zocodover. También visitaron Aranjuez. Pero la ciudad de Toledo no presentaba las condiciones adecuadas para alojar a una considerable corte. Aunque la sede efectiva del gobierno era Valladolid, tampoco a Felipe le satisfacía y buscó otras opciones. Una nueva residencia fue la de Valsaín, en los bosques de Segovia con abundante caza.
La reunión prevista, para comienzos de 1565, de españoles y franceses, produjo a Isabel mucha alegría pues tendría oportunidad de encontrarse con su madre Catalina. Gastó Isabel una fortuna en ropa y joyas. De la reunión no sacaron provecho alguno ninguna de las partes.
Encontrándose Isabel en Valsaín dio a luz a una hija, Isabel Clara Eugenia, que se casaría con Alberto de Austria. Un nuevo embarazo tuvo Isabel, que dio lugar al nacimiento de Catalina Micaela, en octubre de 1567. Volvió a quedar embarazada y caer enferma, padeciendo fiebres y desmayos. El 3 de octubre de 1568 moría la reina a los 22 años de edad y con el rey a su lado.
Conocida la muerte de la reina comienzan a presentarse propuestas de matrimonio. Carlos de Estiria, trae el nombre de Ana, hija del Emperador. El cardenal de Guisa, Luis de Lorena en representación de Catalina, el nombre de Margarita de Valois, hermana de Isabel. El propio Felipe tenía un triple plan: Casarse él con Ana, la infanta Isabel con el rey de Francia, la hija de éste con el rey de Portugal, alcanzando así paz y sosiego en toda la cristiandad, extirpando las herejías en todas partes y presentando un frente común al Turco.
En otoño de 1569, Felipe hizo los arreglos para su matrimonio con Anna, es la grafía correcta y así siempre firmó. Había nacido en España en 1549, es decir que tenía 22 años menos que Felipe, y su padre Maximiliano gobernaba el reino en nombre de aquél. Anna llegó a Santander el 3 de octubre de 1570, acompañada de sus hermanos menores Albero y Wenzel. Tras un gran recibimiento y diez días de descanso se encaminó toda la comitiva hacia Segovia. Con toda pompa se le recibió en el Alcázar. La boda se celebró el 14 de octubre. Visitaron Valsaín, San Lorenzo y el Pardo, haciendo su entrada oficial en Madrid el 23, en medio de fuegos artificiales y arcos de triunfo. Felipe estaba encantado con su nueva esposa y se enamoró perdidamente de ella. Menuda y elegante, de cutis impresionantemente blanco, ojos de un azul profundo y flotante cabellera rubia. Anna quedó embarazada en la primavera y el 4 de diciembre de 1571 nació su primer hijo, Fernando. Nuevos alumbramientos tuvo la reina: en 1573 Carlos, que murió dos años después; en 1574 uno que nació muerto; en 1575 Diego, muriendo a los siete años; en 1578, Felipe que sería el heredero; en 1580, María que sólo viviría tres años;
En el verano de 1580 surge una epidemia que produce tantos muertos que nadie se acuerda de ellos, porque son muchos y sigue habiendo. A la reina, en avanzado estado de gestación, también le sobrevino la epidemia, padeció fiebres y tuvieron que sangrarla. Poco después, el 26 de octubre de 1580, moría a la edad de 31 años. El rey quedó destrozado, triste y deprimido, creyó que le seguiría pronto. Muchos años después, Anna estaría presente en sus pensamientos. El cuerpo de Anna fue llevado a San Lorenzo.
HIJOS Y AMORIOS DE FELIPE
Ya hemos visto que de María de Portugal tuvo a Carlos en 1545, cuya salud no era buena antes del accidente, que tuvo en 1561, y su constitución no era un dechado de perfección. Su comportamiento a veces normal y otras, estrafalario. A la reina le regalaba costosas joyas. A un caballo, que su padre mucho apreciaba, lo maltrató al extremo que de las heridas murió. Por haberle sustituido Alba para el gobierno en los Países Bajos, le amenazó de muerte. Planeó huir de la corte y llegar a Italia. En 1568 el rey, acompañado cuatro miembros del Consejo de Estado y otros cuatro ayudantes, entró en la cámara del Príncipe, para apoderarse de todas las armas y papeles que tenía. Carlos se enfrentó con su padre diciendo: ¿Vuestra Majestad ha venido a matarme? Carlos quedó recluido en una torre del Alcázar bajo una guardia permanente. Felipe dijo: desde ahora le trataré no como padre, sino como rey. Con la reclusión la conducta de Carlos empeoró, trató de matarse dejando de comer, tragándose anillos, creyendo que los diamantes eran venenosos. Cayó enfermo y murió el 24 de julio de 1568 a los 23 años de edad. Su cuerpo fue sepultado en la iglesia de Santo Domingo en Madrid. En 1573 fue trasladado a San Lorenzo
De su matrimonio con María Tudor, Felipe no tuvo hijo alguno.
De Isabel de Valois ya hemos comentado que tuvo las dos hijas Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela, aparte de tres abortos.
Del matrimonio con Anna de Austria, ya hemos facilitado datos detallados.
Ya en el año 1548 y durante su primer viaje al encuentro con el Emperador, que se encontraba en los Países Bajos, resultaba evidente su galantería con las mujeres, permitiendo que las hermosas damas bebieran de su copa, “cosa que todavía no se había visto”. La reina María de Hungría era regente en los Países Bajos y organizo diferentes fiestas y en éstas Felipe mostró una generosa participación en lo tocante a las mujeres, en particular con la joven y hermosa duquesa de Lorena con “grandes caricias y los muchos agasajos que le hacía”. Mientras se concertaba el matrimonio con María Tudor, Felipe mantenía en Valladolid una intensa relación con una dama de la corte, Isabel Osorio. Parece que Felipe le dio un documento secreto declarando que ella sería su esposa. Isabel moriría rica en 1590. Después de la boda, cuando salió para los Países Bajos en 1555, tuvo aventuras al menos con dos damas, una de las cuales, al parecer le dio una hija. Es incontinente con las mujeres, gusta disfrazarse por las noches, y se divierte con toda clase de juegos. A pesar de su matrimonio con Isabel, Felipe continuó dirigiendo sus instintos sexuales a otros objetivos. Desde 1559 fue su amante Eufrasia de Guzmán, dama de compañía de su hermana Juana. En 1564, Eufrasia quedó embarazada, de manera que Felipe la casó con un noble de la corte, el príncipe de Ascoli.
Dice un embajador que las diversiones favoritas eran la cacería, los torneos y sobre todo, las mujeres. Isabel se resentía de las infidelidades del Rey, aunque su vida de familia parece tranquila sobre todo en la residencia de Valsaín, con las salidas de caza, los paseos por los jardines, y no estar el Rey tan ocupado como en Madrid.
Gran aprecio y confianza tuvo y puso en sus hermanas María, casada con Maximiliano II y con Juana, casada con Juan de Portugal.
Profesó mucho cariño a sus hijas Isabel Clara Eugenia, casada con Alberto de Austria, que le sobrevivió, y a Catalina Micaela, que se casó con Carlos Manuel de Saboya.
LA GOBERNACION EN LOS DOMINIOS DE FELIPE II
Felipe II no fue Emperador, sino Señor, “Dominus”, de sus Dominios, que se extendían a puntos tan distantes en el espacio y en el tiempo que las noticias, las órdenes, y las repuestas, tardan en conocerse. Los Dominios abarcan tierras distintas y sus habitantes de muy diferente por carácter, costumbre, e incluso religión.
La Gobernación de estos Dominios se realiza mediante Gobernadores, elegidos de entre los nobles, que en su afán de poder y de protagonismo son motivo de preocupación y a veces causa de graves incidentes. Durante sus obligadas ausencias dejaba en el reino a un Regente. Añádase a esto, los intereses de otros Estados y los temores ante Felipe II.
Felipe II no fue como su padre, Carlos I, Emperador itinerante, sino Soberano que gobierna desde su despacho en la capital (Madrid desde 1561). Carlos iba al lugar donde había un problema por resolver, en cambio ahora son los problemas los que llegan al despacho de Felipe, que recibe montañas de papeles con noticias, informaciones, memoriales, consultas, peticiones, etc. El rey, rodeado de un ejército de funcionarios, lo revisa todo y toma decisiones políticas, de gobierno, económicas, diplomáticas, militares. Cuenta Felipe con la colaboración de los Consejos. Los hay “territoriales”, de Castilla, Aragón, Italia, Flandes, Indias, que entienden en el gobierno o administración de estas distintas partes de la monarquía. Otros son “ministeriales”, que se han de ocupar en una determinada cuestión: de Estado, Hacienda, Guerra, Órdenes, Inquisición.
En la gobernación de los Dominios, Felipe II hubo de considerar y atender cuestiones y situaciones delicadas e importantes, a la par que de gran diversidad. Así citamos:
Defensa de la fe católica. La Inquisición. Insurrección de los moriscos.
Paz entre los cristianos, guerra contra los infieles.
Gobierno de los conflictivos Países Bajos. Campañas flamencas
Política internacional con Francia e Inglaterra. Integración de Portugal.
Gobierno y recursos de las tierras conquistadas en América.
Pobreza económica y gravosos gastos militares.
Figuras de estos tiempos
La defensa de la fe católica:
Una de las primeras preocupaciones de Felipe II fue la defensa de la fe católica. Las corrientes heterodoxas procedían de moriscos y judíos mal cristianizados. De ellos viene el “iluminismo”, que predica un misticismo quietista e inoperante, asemejándose a los protestantes en el sentido de negar la utilidad de las obras, ya que sólo la fe basta para la salvación. La intransigencia no era sólo de Felipe II, sino de la época y que en mayor grado presentaban los calvinistas. En relación con sus súbditos protestantes de Flandes, Felipe II decía: El pensar que una pasión tan grande, como es ésta, se puede curar con blanduras es grande engaño. Las medidas suaves que se adopten, deben acompañarse con amenazas de castigo. Los que deseen seguir siendo protestantes, deberán emigrar.
La Inquisición:
La Inquisición que se había mostrado tolerante en extremo durante el reinado de Carlos, aumentó su rigor y vigilancia. Se celebraron autos de fe en Valladolid, Toledo, Sevilla y en otras ciudades. Los condenados fueron pocos, pero la represión surtió sus efectos. La eficiencia que mostró el Santo Oficio al identificar y atender el problema es el arma ideal para neutralizar la doctrina subversiva. Ideas básicas eran: represión oportuna y eficiencia inquisitorial. Felipe dio un apoyo decidido a la Inquisición. Su creencia en la necesidad de una mano firme en cuestiones religiosas nació de la experiencia personal del desorden político en la Europa del norte.
Las autoridades inglesas, bajo la reina María. habían ejecutado a casi tres veces más herejes que los que habían muerto en España en los años inmediatamente posteriores a 1559; los franceses, bajo Enrique II, habían dado muerte al menos al doble número de personas; en los Países Bajos eran diez veces más los sacrificados.”Lo más sano es lo de España”. El control y la represión de 1559, si bien no tuvo precedente, similares fueron a las que se adoptaron en otros países.
Insurrección de los moriscos:
Se denominaba moriscos a los musulmanes mal convertidos al cristianismo, o que sólo eran cristianos oficialmente. Mudéjares eran musulmanes que Vivian en territorio cristiano. Constituían un grupo, cerca del millón, extraño en los aspectos religioso y cultural. En 1565 se cumplía el plazo que se les había fijado para su adaptación, pero no dieron este paso. Alentados por un tintorero del Albaicín se alzaron en rebelión. Se les unió un caballero de Córdoba con la pretensión de restablecer un reino musulmán en la Península. Las primeras fuerzas que les atacaron fracasaron y fue preciso organizar una acción de mayor fondo, con más fuerzas y bajo el mando de don Juan de Austria que aisló a los moriscos en la Alpujarra y los venció. Hubo castigos ejemplares y expulsión del reino de Granada, dispersándoles en pequeños grupos por el resto de Castilla. Ya no se trató de cristianizar ni españolizar.
Paz entre los cristianos, guerra contra los infieles:
Los reinos cristianos se hacían la guerra. Enrique II de Francia, contrariado por el entendimiento de España e Inglaterra, invadió Italia. El duque de Alba trajo en jaque a los franceses mandados por el duque de Guisa, que tuvo que retirarse sin conquistar una sola plaza. Felipe II con el ejército que formó en los Países Bajos invadió el norte de Francia. Junto a San Quintín el 10 de agosto de 1557, San Lorenzo, se dio una batalla con total victoria española. Las tropas francesas perdieron 5200 hombres y miles de prisioneros, entre éstos se encontraban el mariscal Saint-André, el duque de Montpensier, el príncipe de Condé, el duque de Longueville, Montmorency y sus tres hijos. Entre las bajas francesas se cuenta al duque d´Enghien y el vizconde Turenne. Las bajas españolas no pasaban de 500 hombres. Unas semanas después fue tomado al asalto el pueblo de San Quintín, con la participación del propio Felipe, que no pudo evitar el saqueo y la matanza de gentes. La falta de recursos y las torrenciales lluvias impidieron sacar mayor provecho de la batalla. El duque de Guisa, que había fracasado en Italia, reclutó un ejército y atacó, a primeros de 1558, la última posesión inglesa en el continente, lo que hirió de muerte a la reina María Tudor. Felipe ordenó al duque de Saboya que atacara a los franceses, que sufrieron una aplastante derrota en Gravelinas. Las negociaciones de paz se hicieron inevitables, y tuvieron lugar en Cateau-Cambrésis, En abril de 1559 se firmaron los acuerdos: Francia conservaba Calais y tres fortalezas claves en territorio del Rin. España ratificó su dominio en Italia, al duque de Saboya se le restituyó su ducado, recibiendo en matrimonio la mano de Margarita, hermana del rey de Francia. La paz volvió a Europa. La enemistad entre los Valois de Francia y los Habsburgo fue enterrada. La amistad entre España y Francia quedó sellada con el compromiso matrimonial de Felipe con Isabel de Valois, hija mayor de Enrique II y Catalina de Médicis.
Intranquilizaba a Felipe los ataques que sufrían los buques cristianos por el corsario “Dragut”, apoyado por los Estados musulmanes del norte de África, y decidió emprender operaciones contra la piratería en el Mediterráneo. La primera que se llevó a cabo fue de resultado incierto, la conquista de Trípoli. Felipe consiguió formar una poderosa escuadra y conquistó el peñón de Vélez de la Gomera.
En 1565 los turcos atacaron la isla de Malta, que resistió heroicamente, hasta que la llegada de la Armada española la liberó, derrotando a la turca.
Hacia 1570 Felipe II respiraba de los graves problemas que tenía en sus dominios y a la par veía el peligro que en el Mediterráneo presentaban los turcos, con su ataque a Chipre. Occidente se conmocionó. Pío V predicó la Cruzada general, a la que España se adhirió desde el primer momento, no así el Imperio, ni Francia. Se formó la Liga Santa: España, Génova, los Estados Pontificios y Venecia. Toda ella mandada por un español, don Juan de Austria. Una de las naves, que formaba en la escuadra, la mandaba el que sería célebre marino, don Álvaro de Bazán y a quien se debe la Victoria de Lepanto, el día 7 de octubre de 1571. Fue una de las batallas navales más grandes de la historia, pues en ella participaron más de 300 barcos por cada bando y 70.000 hombres al menos. La victoria se logró por la oportuna maniobra del buque mandado por don Álvaro y por el arrojo de sus soldados Unos llevan los laureles, que otros han ganado. Los turcos perdieron 300 galeras, sólo 30 se salvaron. Los cristianos perdieron 10 galeras. Murió el caudillo de la escuadra otomana, Alí Pachá, y el peligro turco desapareció. Sea por la época del año, o por otras razones, no se sacó más provecho de esta batalla, como habría sido conquistar Constantinopla o liberar los Santos Lugares.
El Papa pedía que se rezara el Santo Rosario por el éxito de la Cruzada, de aquí que estableciera la fiesta de Nuestra Señora del Rosario el 7 de octubre.
Gobierno de los conflictivos Países Bajos.
Los Países Bajos presentan permanentes conflictos y es preciso enfrentarse con ellos por ser un enclave estratégico, como vértice del triángulo que forma con España e Italia, quedando Francia en su interior. Tienen, además, puertos de gran interés marítimo y económico. Añádase, su inclinación hacia el protestantismo. Los conflictos fueron una pesada carga tanto, en lo económico como en su gobernación. Se acentúan los conflictos por el diferente carácter y lengua de las gentes, así como por intereses personales e independistas.
María de Hungría, hermana del Emperador, fue nombrada Regente en 1548 y le sucede como Gobernador, en 1556 el duque de Saboya, primo hermano de Felipe, posteriormente lo será Margarita de Parma, hermanastra de Felipe.
Manifestaciones de descontento se inician en 1561. De una parte los nobles se oponían a la política centralizadora y estatalita de Margarita, apoyada por su consejero Granvela. Las clases populares quejosas por lo económico y lo religioso, luteranismo y calvinismo. Momento crítico se produce en 1567 con una asamblea de los nobles en Culemburgo, y del pueblo con el incendio de la catedral de Amberes. Margarita supo hábilmente contraponer las dos revueltas y así pacificar los ánimos. Entre tanto en Madrid, unos son partidarios del apaciguamiento, como el príncipe de Éboli, y otros de la intervención armada, propuesta por el duque de Alba. Felipe se decidió por la postura del duque. Fue en persona el duque de Alba, al frente de los Tercios españoles, investido de amplios poderes. Implantó en Bruselas el “Tribunal de los Tumultos”, que actuó ininterrumpidamente durante seis años, condenando a muchas personas. Dicen que a la muerte fueron más de 1000, entre otras figuras los condes de Egmont y Horn. El príncipe Guillermo de Orange, principal cabecilla, consiguió escapar y con mercenarios alemanes pretendió encender la guerra, pero fue derrotado por la Infantería española. El descontento aumentó por la imposición de un tributo.
El tiempo pasa, con pasos de dureza por aplicación de la “placard”, y otros de blandura por medio del “interim”, que aplicara el Emperador en Alemania.
En 1578 se hizo cargo del gobierno de los Países Bajos el duque Alejandro Farnesio, buen diplomático y excelente militar, que supo emplear simultáneamente las dos cualidades. Comprendió que mejor es atraerse a unos pocos, que combatir a todos. Así en la convención de Arras se ganó a la parte sur, católica, valona, señorial, y la enfrentó con la parte norte, protestante, burguesa, flamenca. De esta forma puso los cimientos de la moderna nacionalidad belga. Con la fidelidad belga, contó con una base segura de operaciones. Tras una serie de campañas sistemáticas, que planeaba cuidadosamente, conquistó toda la parte flamenca, de lo que hoy es Bélgica. Este período culmina en 1585 con la ocupación de Amberes, centro de la banca mundial.
Política internacional con Francia e Inglaterra:
La vecindad con Francia es motivo de frecuentes enfrentamientos por los encontrados intereses, sea en tierras italianas o flamencas, y por oposición al dominio español. Ya Carlos I venció en Pavía al rey de Francia Francisco I, que cayó prisionero. La paz se concretó en el Tratado de Madrid, que Francisco no respetó, aliándose con el Papa Clemente VII y con el Rey inglés Enrique VIII. Se reanudó la lucha, dando lugar a que las tropas imperiales invadieran los Estados Pontificios y saquearan Roma (1527). Con la paz de Cambray, los imperiales renunciaban a la Borgoña y los franceses a tierras italianas.
Las incidencias en los Países Bajos son frecuentes en tiempos de Felipe II y se recrudecen con el entendimiento de España con Inglaterra, con motivo de la boda de María Tudor con Felipe.
De estos enfrentamientos hay que destacar la batalla de San Quintín el 10 de Agosto de 1557 en la que fueron derrotados los franceses. Aquí no acabarían los enfrentamientos con los franceses, como veremos en la incorporación de Portugal a España.
El entendimiento con Inglaterra, por el Matrimonio de María Tudor con Felipe, no tuvo mayor efecto. El canal de la Mancha supone una separación, pero su proximidad con los Países Bajos da pie a que se produzcan intervenciones sin mayor relevancia. Quizá sea la piratería de Drake y el apoyo que prestaron al prior de Crato en las islas Terceras, lo que promoviera el mayor enfrentamiento, mejor dicho, la mayor pretensión, la invasión de Inglaterra con el envío de la Armada Invencible. Gobernada ésta, por quien de la mar nada sabía, trajo el gran fracaso.
Incorporación de Portugal:
A la muerte del rey de Portugal, don Sebastián, (1578), dejaba como heredero al anciano cardenal don Enrique. Aunque el heredero más lógico y legal era Felipe II, hijo de portuguesa y emparentado con la Casa de Avis. Además suponía la unión con una monarquía que dominaba en tierras americanas, de las que se recibía plata que podría pasar a través de Portugal. Esto atraía a la nobleza portuguesa, pero el pueblo, con un sentido más nacionalista, rechazaba la unión. A la muerte del cardenal y rey, don Enrique, se alzó como rey el prior de Crato, don Antonio. Felipe II tuvo que recurrir a la fuerza. Fuerzas mandadas por el duque de Alba penetraron en Portugal, por la zona de Extremadura, y llegaron a ocupar Setúbal, sin conquistar sus fuertes. La intervención de las fuerzas de mar del General de la Mar Océana, Álvaro de Bazán, después de batirlas a cañonazos las ocupó. Así mismo consiguió ocupar Lisboa. El Prior pudo huir y llegar a Francia, de la que obtuvo una ayuda tan fuerte que se adueñó de las islas Terceras, haciéndose reconocer rey de Portugal. El Prior encontró otro apoyo de los ingleses, interesados en el tráfico marítimo de América. Se mantuvo Crato hasta que Don Álvaro de Bazán derrotó a la armada aliada en la Batalla de San Miguel. (1582).
Felipe II veía ahora que sus Dominios se habían incrementado, no sólo con las tierras portuguesas, sino con las que poseía en América (Brasil) y en Asia (la India).
Bien podía decirse, que en los “Dominios” de España no se ponía el sol.
Gobierno y recursos de las tierras conquistadas en América:
Con las conquistas de Hernán Cortés en Méjico y de Pizarro en Perú, se abrieron las puertas de nuevos campos y grandes beneficios. Cerca de 20.000 españoles cruzaron el Atlántico con estas miras. De las nuevas tierras llegaban a los puertos andaluces artículos exóticos, desarrollando una nueva actividad “la comercial”. Pero como tantas cosas buenas, tiene también sus “pegas”. En tierras americanas se dan comportamientos abusivos, que es preciso cortar. Se establecen las Leyes Nuevas (que no se perjudique a los indios, y que de ninguna manera se les haga la guerra). Para que estas disposiciones fueran respetadas fue necesario recurrir a la fuerza, a la ejecución.
Felipe recibía noticias de problemas y rebeliones.
Los Dominios de Felipe II se vieron incrementados con la ocupación en 1546 de las islas que en honor del Príncipe Felipe, llamó Ruy López de Villalobos, “Filipinas”.
Por órdenes de Felipe II a finales del año de 1564 partió de Méjico el hidalgo vasco Miguel López de Legazpi rumbo a las Filipinas. Al año siguiente se posesionó de Samar y de Cebú. Con pocas fuerzas y mucha habilidad supo, a lo largo de los años, llegar a Manila y asentar la paz en 1571.
Pobreza económica y gravosos gastos militares:
En tiempos de Felipe II siete u ocho millones de españoles no eran nobles, ni burgueses, trabajaban, en la tierra, en taller artesano, o se enrolaban en los ejércitos, o a las expediciones de ultramar. Las tres cuartas partes de esta masa vivían de la agricultura, sin ser dueña de la tierra, que producía poco en razón de la misma y por la dureza del clima. La expulsión de los judíos privó a la sociedad de hombres inclinados al negocio. Los grandes propietarios de tierras poco sabían de explotación. Muchos pocos, les suponía mucho, tanto o más, que cuanto necesitaban. Los bienes procedentes de América, en parte, quedaban en manos de intermediarios extranjeros.
Junto a esta penuria productiva se unían los gravosos gastos militares. Sea en uno u otro punto de los Dominios surgían rebeliones, invasiones por Estados vecinos, amenazas de turcos, sublevaciones de moriscos o de turcos, que para aplacar, repeler o derrotar se precisan mercenarios, soldados, que con su “soldada”, con navíos, armas y pólvora, vengan a enfrentarse. Pero por esta falta de recursos se tuvo que paralizar más de una de las campañas emprendidas.
Figuras de estos tiempos:
Con la expresión: “figuras de estos tiempos” nos referimos a las que tuvieron una marcada relación con Felipe II.
Se cuentan pocas figuras familiares, pues desde corta edad, 12 años, perdió a su madre, con su padre más que convivir tuvo algunos encuentros, con sus mujeres que dieron a luz 13 veces, tampoco convivió muchos años, a excepción de Anna de Austria. Unas veces por pronto fallecimiento, otras por sus ocupaciones y viajes.
De los 13 alumbramientos, 5 no vieron la luz, (abortos), 4 tuvieron vida corta y de los 4 restantes, uno, el de Carlos no le dio, mas que quebraderos de cabeza, otro fue su heredero, Felipe, y los otros dos, las hijas Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela, le dieron el calor familiar que también encontró en sus hermanas María y Juana.
Primeras “figuras” que aparecen en la vida del Príncipe Felipe son:
Silíceo, sacerdote y que después sería obispo en Cartagena,
Zúñiga, hijo de Luis de Requesens, que fue “ayo” y Comendador de Castilla.
Tavera, que fue Regente teniendo por colaborador al duque de Alba y por administrador a Cobos.
Álava, que será embajador.
Granvela, cardenal, cuya opinión se tuvo en mucha consideración.
El secretario Gonzalo Pérez y su hijo, Antonio, que tanto dio que hablar.
El duque de Alba, que tiene veinte años más. Es alto, de mirada penetrante, hábil con las armas y en la guerra buen General. Siendo Consejero de Estado debe ser tenido con reserva, según le advierte el Emperador.
Don Juan de Austria, nacido en 1547, hijo de una aventura amorosa de Carlos I con la hija de un burgués de Ratisbona, fue educado en España, junto con don Carlos y con Alejandro Farnesio. Don Juan, bien parecido, siempre elegantemente vestido, ágil en las justas, sabio, elocuente y prudente, soldado y diplomático, hablaba francés, entendía alemán y holandés. Felipe veía en él un joven impetuoso en quien no podía confiar del todo, dándole no obstante, el rango de Príncipe que le correspondía. El rey le nombró en 1568 Capitán General y le encomendó importantes misiones.
Ruy Gómez, el príncipe de Éboli, que algunos llamaban el “rey Gómez”. De pequeño formó parte del equipo de pajes nobles que estudiaron con el Príncipe y vino a ser su sombra. Felipe siempre encontró en él compañía y fidelidad. Fue Contador mayor de Hacienda. Su prudencia y su relación con la poderosa familia de los Mendoza aumentaron su influencia frente a los Alba. En julio de 1573 murió Ruy Gómez.
Ana de Mendoza y de la Cerda, hija única de Diego de Mendoza, nació en 1540, el mismo año que Antonio Pérez. A la edad de 13 años contrajo matrimonio con el príncipe de Éboli, veinticuatro años mayor que ella, pero no se consumó hasta 1559 por encontrarse fuera con Felipe II. Ana, princesa de Éboli, era joven, atractiva, enérgica y ambiciosa y se lanzó a la vida social y política de la corte. Desde 1561 tuvo 10 embarazos. Pasados tres años de la muerte de su marido volvió a la vida agitada de la corte. Entre sus amigos íntimos se encuentra Antonio Pérez.
La princesa de Éboli se vio envuelta en el asesinato de Escobedo. El rey siempre mantuvo distancias con la Éboli.
Juan Escobedo era cortesano noble asociado con el grupo de Éboli. El rey le nombró secretario de don Juan de Austria. Fue promotor de los ambiciosos proyectos de don Juan. Mantuvo una acusada rivalidad con Antonio Pérez.
Alejandro Farnesio, hijo de Margarita de Parma (por tanto, sobrino de Felipe), fue educado en la corte española. Don Juan le nombró, a su muerte, sucesor en los Países Bajos. Supo aprovechar las diferencias religiosas en los Países Bajos, respaldando la autoridad española en una zona con la ocupación del importante bastión de Maastricht. Demostró ser uno de los más brillantes generales de su tiempo.
Duque de Medina Sidonia, que no supo dirigir la Armada Invencible.
Mauricio de Sajonia, furibundo luterano, acabó traicionando al Emperador, lo que irritó al Príncipe Felipe y Ruy Gómez calificó “Gran bellaquería fue la de Mauricio”.
Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, que después de su actuación en Lepanto, en las Islas Terceras y haber proyectado la composición de la Armada Invencible, no fue designado para su mando. Este disgusto le llevó al otro mundo.
Valdés, Presidente del Consejo real y más tarde Inquisidor general.
Felipe II tenía que actuar, tomar decisiones, a partir de las informaciones y opiniones de unos y otros. Estas muchas veces eran encontradas y no pocas interesadas.
PALACIOS Y RESIDENCIAS REALES
Valladolid había sido centro administrativo de Castilla. En realidad nunca fue ciudad capital, sino centro de la actividad real en tiempos de Isabel y Fernando, tanto que en ella fueron coronados Carlos y Felipe. La aparición de brotes heréticos fue una de las causas para que Felipe en 1559 trasladara su asentamiento a la vieja capital de España, Toledo. Pero Toledo, conjunto de edificios sobre una roca, separados por estrechas calles, presenta un pintoresco encanto, que no encanta a cortesanos y burócratas. Y además su clima es duro, calores en verano y fríos en invierno. La opinión de Isabel de Valois, sin duda pesó en la decisión del rey que en 1561 decretó el trasladar la Corte de Toledo a Madrid, que contaba con no más de 16000 habitantes. En 1570, se duplicó y una generación posterior se multiplicaría por ocho. Madrid se encontraba en el centro de varias residencias reales. Atraído por los fastuosos palacios de Inglaterra y Alemania, rechazó la decoración mudéjar del Palacio de Madrid.
En Madrid, la “corte” tenía diversas funciones. En el centro la del Rey, servido por su corte. Cortes satélites, la de la Reina, la de las Infantas, y las de otros miembros inmediatos de la familia real. Las hermanas del Rey desempeñaron un papel vital. La emperatriz María se estableció en unos aposentos del convento de las Descalzas, donde se celebraban funciones musicales.
Felipe acogió el deseo de su padre de restaurar y reconstruir los descuidados palacios reales, en particular los alcázares de Toledo y Madrid. En 1543 encargó a su arquitecto, Luis de Vega, que erigiera un palacio en el sitio del pabellón de caza en El Pardo. En 1545, el Príncipe estableció la Junta de Obras y Bosques, que con el tiempo se convirtió en un órgano gubernamental de importancia.
El Pardo fue el primer inmueble en el que puso en práctica su evidente interés por el diseño y la arquitectura. Su empeño tuvo origen en la incómoda noche que padre e hijo pasaron en el estrecho espacio del Pabellón de caza en El Pardo. A las quejas de Felipe, su padre replicó “los Reyes no avían de tener casas”. Felipe no pensaba de este modo, era un aficionado a la arquitectura y su vida no sería itinerante, sino de “despacho” en Palacio. Cuantas veces hubo de acudir a Mozón para asistir a las Cortes de Aragón lo encontró de enorme incomodidad. Poco a poco se fueron arreglando las residencias de las cercanías de la capital, Madrid. Más tarde vendría el Palacio en Valsaín, que denominaba “el Bosque”. Originalmente era una residencia del siglo XV. En los años cincuenta se llevaron a cabo obras para convertir el edificio en un pequeño palacio.
Particular atención prestó a los jardines y fuentes.
Espléndida residencia fue la de Aranjuez, a orilla del río Tajo. En esta finca se plantaron cinco mil árboles, traídos de Flandes y de Francia otros frutales. Plantas exóticas se trajeron de la India. Aranjuez era asombro para los visitantes y continuo placer para el monarca.
Felipe dispuso la construcción de casas más pequeñas, que servían de parada o de pabellón de caza, como La Fuenfría, Fresneda, Galapagar, Monesterio y Torrelodones. De mayor fuste son las de Vaciamadrid y Aceca.
Prestaba particular atención a la decoración del interior de los Palacios
CONSTRUCCION DEL MONASTERIO DE EL ESCORIAL
El monasterio de El Escorial y el Rey Felipe II están íntimamente unidos. Tuvo Felipe dos razones para la construcción del monasterio de San Lorenzo, cerca de la aldea de El Escorial.
La primera, levantar en piedras la Victoria sobre los franceses en San Quintín, en la fiesta de San Lorenzo,10 de agosto, que en principio se denominaría “San Lorenzo de la Victoria”, pero los frailes persuadieron al Rey para que se cambiara el bélico sustantivo Victoria por Real. La segunda razón, es erigir para su padre una sepultura digna. Y junto a ésta, el monasterio en el que los frailes presenten perpetuas plegarias por el eterno descanso de las almas del Emperador Carlos y de otros miembros de la real familia. Con la ayuda de los frailes jerónimos eligió el sitio para la construcción. Lugar saludable, alejado de las poblaciones y cercano de los palacios reales, con agua y buen aire.
El Escorial fue creación de Felipe, la proyección de sus propias ideas.
La construcción se inició el 20 de agosto de 1563, con la colocación de la primera piedra y se terminó 20 años después.
(Su coste se calcula en 4.400 millones de pesetas. El de la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, se cifra en 1.200 millones. Las obras duraron 18 años).
Ni comparamos, ni son comparables, lo anotamos como valoraciones relativas en lo material.
Tanto conocemos de El Escorial, que no tiene sentido aportar aquí un solo dato.
PADECIMIENTO DE SU LARGA ENFERMEDAD
Felipe no era enfermizo por naturaleza. Aficionado a la caza y animoso para el baile. La salud moderadamente buena, le permitió compaginar el duro trabajo y “la gota”.
El primer ataque de gota lo sufrió en 1563, los más graves los padeció en 1568, en su pie. El mal le acompañó el resto de sus días. En el mes de septiembre de 1580 cayó enfermo guardando cama, con hinchazón de la muñeca derecha. A pesar de los periódicos ataques de gota él y la familia real disfrutaron en cacerías y paseos por jardines en la primavera de 1586.
A finales de año se vio aquejado por un agudo ataque durante dos meses, teniéndole que sangrar, andando cojo y con palo. La enfermedad, los problemas y la edad, le presentan avejentado y pensativo, con barba y cabellos blancos, cara enjuta y pálida, pero se mantenía firme y erguido. Sin su Anna, privado de su hija Catalina, se apoya en su otra hija Isabel, paseando por los jardines del monasterio. El proceso de la gota avanzaba. En el mes de enero de 1588 tuvo que guardar cama en varias ocasiones. El dolor no desaparecía. Después de largos meses de enfermedad y malas noticias, la salud de Felipe empezó a mejorar lentamente en 1589. A primeros de febrero, se levanta a mediodía, se sienta en su silla de ruedas. Una semana más tarde empezó a caminar con ayuda de un bastón. A medida que su enfermedad avanzaba, el inconfundible “garabato” del Rey desaparecía de los papeles de gobierno.”Los médicos dicen que su cuerpo está tan enflaquecido y débil, que es casi imposible que un ser humano en tal estado viva mucho tiempo”. El día en que cumplía 79 años presenció la procesión desde una ventana.
Felipe discutió con Idiáquez los términos en los que se podía introducir al Príncipe en la gobernación. En julio de 1595 escribió de su puño y letra una Instrucción para su hijo, que tenía 18 años.
En los primeros meses de 1597 la enfermedad mantuvo al Rey inmóvil en Madrid. En mayo salió a El Pardo y en verano a El Escorial. La muerte de su hija Catalina, en el mes de diciembre de 1597, al dar a luz, dejó abatido al Rey, se encontraba en la fase final de su enfermedad, con llagas en manos y pies. Aún así quiso, en junio de 1598, le trasladaran de Madrid a El Escorial.
Durante los 53 últimos días de su vida no se le pudo mover en la cama. El inmundo lecho no era el menor de sus sufrimientos. La fiebre no le abandonó. La sed que sentía era acusada por la hidropesía y por la calentura. El dolor no cesaba. Su fortaleza era increíble, sostenida por la fe. El monarca pidió a los clérigos que le administraran la Extremaunción, mientras estaba consciente. A las tres de la mañana del 13 de septiembre de 1598 dijo: “dad acá, que ya es tiempo”. Y a las cinco de la mañana expiró. Las honras fúnebres se celebraron al día siguiente. El ataúd, llevado en hombros por los Grandes y nobles de la corte del difunto Rey, fue conducido a la Basílica de San Lorenzo. El nuevo soberano, su hijo Felipe, acompañó al ataúd hasta la bóveda de los reyes. Ahí, Felipe II descansó en el sitio que había elegido, al lado de su esposa Anna.
Si me he excedido en tanto pormenor, es por destacar en qué viene a parar, el mucho aparentar.