Fernán González, el primer Conde de Castilla, es figura histórica y legendaria.
La Historia la registra y la documenta, la Leyenda la relata y exalta, como se presenta en el “Poema de Fernán González”. Se supone que Fernán González nació en el año 905. Hijo de Gonzalo Fernández, conde, y de Muniadonna.
En el año 912 Gonzalo Fernández empieza a figurar, en los documentos, como conde de Castilla. Se ha convertido en el primer personaje de la región. Tanto destaca Gonzalo que el rey Ordoño II llama a los más ricos hombres castellanos, los lleva a León, los mete en prisión, De Gonzalo Fernández no sabremos más.
Ahora es Muniadonna la que permanece en el castillo de Lara, desde el que gobierna a familiares y vasallos y administra su vasto patrimonio. Con ella estaba su primogénito, Fernando, mozo de casi veinte años, adiestrado en el manejo de las armas y en el arte de montar a caballo.
Alfonso IV nombra conde de Castilla a Fernando Ansúrez, que es reconocido por unos, pero no por Fernán González. Fernando Ansúrez representa a su familia, frente a la de Fernán González. La condesa Muniadonna con sus hijos y criados reside en el castillo del Picón. Fernán González, digno continuador de su padre Gonzalo, representa lo nuestro, la Castilla unida frente al moro, vigilante contra la opresión, amante de sus tradiciones y defensor de sus privilegios, leyes y costumbres.
Fernando Ansúrez es el representante del Fuero Juzgo, de la centralización leonesa, de la servidumbre y de la división. El abad de Silos sentía gratitud por Fernán, le admiraba por su profunda piedad, valor reconocido y destacada prudencia.
En abril de 929, Fernán González fundaba el monasterio de San Quirce, a unos kilómetros de Lara y el documento de la fundación se fecha con la puntualización: “Gobernando en León el gloriosísimo rey Alfonso IV, y administrando el condado de Castilla yo, el conde Fernán González.”
El conde une a su habilidad política el sentimiento religioso, se dan el tesón del guerrero. La grandeza y el heroísmo. Su alta visión del panorama político de la época le lleva a concertar el apoyo de Navarra. De este reino es una princesa, Sancha de nombre y hermana del rey García. Este acababa de suceder a su padre, Sancho Abarca, fundador del reino de Pamplona.
Sancha, que debía ser bella, se casó con Ordoño II de León y a la pronta muerte de éste, Fernán González eligió a la princesa Sancha como mujer. Con el matrimonio de Sancha y Fernán González, Castilla alcanzará la anhelada fortaleza e independencia, que más tarde permitirá la unión de Castilla y León. En el verano de 931, Fernán González, señor de Lara, fue nombrado, por el rey Ramiro II, conde de Castilla y Burgos es la capital del condado de Castilla.
Todo es vida en Castilla, progreso, victorias y optimismo. Fernán González fomenta el mejoramiento de todas las clases, las agrupaciones en las villas, multiplica el número de los caballeros, aumenta la riqueza de los infanzones. Sabe cada monasterio es un centro de colonización y de bienestar, de cultura material y espiritual. En torno a éstos se establecieron las gentes y a su sombra empezaron a rezar, a trabajar y a organizarse.
Un monasterio es una garantía de orden, de riqueza, de respeto a la propiedad y a la vida. Muniadonna siente el paso de los años, ha luchado, ha sufrido los vaivenes de la fortuna. Tiene a su lado al hijo que gobierna Castilla con gran autonomía. A su nuera, una princesa de Pamplona y también los dos primeros frutos del matrimonio, los nietos Gonzalo y Sancho.
Fernán González quiere dejar sentada una cosa: su condado no era una provincia, era por de pronto, un estado feudal con una autoridad casi real. De aquí, que el conde se niegue a prestar juramento personal al rey. Tranquilo trascurre el año 942. El conde recorre el condado, visita los castillos, oye las quejas de villanos y caballeros, hace donaciones a iglesias y monasterios.
Los condes de Saldaña pasan en Burgos junto con los Condes de Lara, el mes de diciembre de 942. A comienzos de 943 viene a Burgos el recién nombrado conde de Castilla, Assur Fernández. Ante este panorama los condes de Lara y los de Saldaña se retiran al Picón de Lara.
En la primavera de 944 hubo choques, intrigas, emboscadas y, al fin, la prisión del conde y la de su amigo el conde de Saldaña. Uno fue a la cárcel de León y el otro a la de Gordón. En el mes de mayo Ramiro II envía a su hijo Sancho I a la ciudad de Burgos. La presencia del hijo del rey venía a ser motivo de halago para los castellanos, como preludio de convertirse en reino. Así escribía un notario:”Reinando Ramiro en Oviedo y su hijo el príncipe Sancho en Castilla”.
La reina es hermana de la condesa Sancha. En el encuentro las dos hermanas se miran, Sancha pide visitar a su marido y Ramiro concede. La condesa abraza al conde, le viste con sus vestidos, le cubre con sus tocados, y le manda salir, como ella había entrado, para montar en su caballo, que fuera le esperaba junto con Nuño Laín. Descubierto el engaño, Ramiro disimuló su enojo por la burla sufrida, exigiendo únicamente el juramento de fidelidad del conde y la pérdida de todos sus bienes. De conde pasa a la condición de magnate sin poder y ya no podrá llamarse conde de Castilla.
De regreso a Burgos advierte Fernán González la confusión y la incertidumbre reinante, a la par que el afecto que a él le tienen sus incondicionales. En códices está escrito: “Al codiciar el reino, perdiste el sentido; recupera el sentido y alcanzarás el reino”. En los diplomas no se expresa el nombre del rey, pero sí el de su “amadísima esposa Sancha” y sus tres hijos: Gonzalo, Sancho y García.
Ramiro II deja en Burgos al príncipe Sancho I con una autoridad meramente honorífica, y junto a él Fernán González. El día primero de febrero está en Burgos Fernán González, recibe a los guerreros, organiza la resistencia y toma decisiones como verdadero soberano. Pasó el año 947 con luchas y victorias. Dos veces las tropas cordobesas, mandadas por el mejor general del Califa, combatieron al sur de Castilla, pero Fernán González estaba allí para cortarles el paso, hacerles retroceder y perder muchos guerreros.
El conde tiene una misión que cumplir, la llevará adelante, sin quedarse de brazos cruzados, porque no vayamos a tener tiempo. En un códice de Silos se dice: “Vivir como si hubiésemos de morir esta noche; trabajar como si hubiésemos de vivir eternamente en este mundo”.
El rey Ramiro II estaba triste. Era bravo, audaz, emprendedor, pero su estrella le había abandonado. La pesadilla que le producía el inquieto conde; la resistencia secular de la indómita Castilla. El primogénito y heredero, Ordoño III se casaría con Urraca, hija del conde, y otra infanta de la casa condal, se uniría con Sancho, mi segundo hijo. A la muerte de Ramiro II Fernán González sería el consejero, el brazo derecho de los dos príncipes y desde ahora seguiría gobernando Castilla, al lado del príncipe. Sancho, recibirá el título de Señor de Castilla y la promesa de un próximo nombramiento de rey,
En Talavera se produjo el encuentro de las dos fuerzas, siendo vencidos los musulmanes, que en el campo dejaron dos mil hombres, y siete mil quedaron prisioneros. La ciudad fue saqueada y se cogió abundante botín. De pronto, Ramiro II se encontró tan mal que fue llevado a León y a los pocos días, quizá el 5 de enero de 951, murió. Con la muerte de Ramiro, Fernán González se encuentra libre del compromiso que adquirió con él y actúa según su parecer.
Fernán González era el hombre providencial, el que había libertado de las leyes de Fuero Juzgo, el que había acabado con la obligación de ir a Oviedo o León para asuntos judiciales, el que perdonaba pechos y daba libertades, que hacia caballeros de los villanos, y de los caballeros infanzones, el que protegía de las duras “razias” musulmanas.
Fernán González encuentra, en este Ordoño, el que debe ser rey de León. Fernán González dice al joven: “El rey eres tú; lo fue tu padre, que era el primogénito de Ordoño II, y yo haré triunfar tu causa; te daré por esposa a mi hija, Urraca, viuda de Ordoño III”. El joven todo lo aceptó. Fernán González se convirtió en el paladín de ese espíritu y a él consagró su vida. Tenía algo más que altivez, tenía la conciencia clara de cumplir una misión histórica.
Ordoño se ha casado con doña Urraca, es reconocido y coronado en Galicia. Fernán González ha logrado hacer un rey. A principios de 959 aparecieron a orillas del Duero los musulmanes que venían con Sancho El conde se multiplicaba atendiendo el frente oriental y el occidental. Era el suyo un concepto distinto de las cosas, concepto ascético y militar.
Se convino que el rey navarro y el conde de Castilla se avistasen allí. Llegó Fernán González, con sus cinco caballeros. Llegó también el rey García Sánchez, pero tras él venía un cortejo de treinta caballeros, armados . El conde comprendió que había sido traicionado, y sin tiempo de vestir su cota ni echar mano de sus armas, corrió a refugiarse en la cercana iglesia de San Andrés. El conde se entregó.
De la prisión de Pamplona fue trasladado Fernán González a un castillo de la Rioja, Castroviejo.
Alhaquem sigue pidiendo la entrega del conde, pero García se la niega rotundamente y da libertad a Fernán González. Sancho, por su parte, se compromete a respetar las libertades castellanas y los derechos personales y familiares del conde.
Se ha realizado al fin el anhelo de los castellanos. Desde este momento León y Castilla siguen un camino distinto, aunque unidos por un mismo ideal, la lucha contra los infieles y la reconquista del suelo patrio.
Aunque goce de plena soberanía, el señor de Castilla conservará el título de conde, sin renunciar a la más alta pretensión de cambiar el condado en reino.
Una vez, en los primeros días del reinado de Sancho, el conde, fue éste invitado a unas cortes en León. El conde monta un hermoso caballo, que al moro ganó, y en una mano lleva un azor. De éstos se encapricha el rey y el conde se los quiere dar de buena gana. El rey no los quiere, sino los paga. En los tratos, fijan el precio y el plazo para el pago, doblando el precio por cada día que pase, cumplido el plazo. Pasaron los años sin que el rey pagase, ni el conde lo reclamase.
Durante una asamblea el rey recrimina al conde su no asistencia a las Cortes y su altanería en Castilla. Durante la conversación, el conde saca a colación la venta del caballo y del azor, sin efectuar pago alguno y los días pasados desde que el plazo se cumplió. Hechas las cuentas, el rey se queda aterrado por la cuantía de la deuda. Para cobrarla el conde saquea y roba las tierras del rey y éste promete dejar libre a Castilla si le perdona la deuda.
Los cantares de gesta dicen que su señor no fue nunca vencido “Quiso Dios al buen conde esta gracia facer: que moros nin cristianos non le podían vencer”.
Una vejez dorada venía a coronar aquella larga vida de luchas, de emociones, de triunfos y de adversidades, una vida vibrante de dramática grandeza.
La gran misión estaba cumplida. Su casa tenía asegurada la soberanía, y Castilla la libertad.
Por documentos podemos rastrear sus sentimientos de buen hijo y de esposo amante.
Su madre aparece junto a él guiando sus primeros pasos en la vida pública, ella es la “cometíssima, quien ilumina la senda de su destino, y cuando ella desaparece, surge a su lado, amable y fiel, la figura de su mujer Sancha, la que firma con él las donaciones, la que le acompaña en sus viajes, la que le sostiene en los días de persecución y se entrega por salvarle de la cárcel; la mujer a quien él llama “dulcísima esposa mía”,
Dios quiso bendecir aquella unión con numerosa prole: El primogénito Gonzalo, como su abuelo paterno; el segundo Sancho, nombre del materno; después vendrá Nuño, frecuente en la familia del padre; García, de la familia materna; Las hijas: Nuña; Fronilde; Urraca; Toda;...
En el año 953 desaparecen los dos mayores, Gonzalo y Sancho. Su mujer, Sancha muere en ese año. Dos años más tarde contrae matrimonio con Urraca, asimismo de la casa real de Navarra. El tercero de los hijos, García, vendrá a ser la niña de sus ojos. Urraca será por dos veces reina de León y por su casamiento, con Sancho Garcés, lo será de Navarra;
Grande era la satisfacción del conde al tender la vista en torno suyo y ver la transformación que se había realizado en Castilla. ¡Qué diferencia con aquella región esclavizada, dividida en una docena de condados! El la había ampliado, unificado y libertado. A la que le había dado la conciencia de su poder y le había infundido un ímpetu de acometividad que hacía temblar a moros y cristianos, la Castilla guerreadora, “Castella bellatrix”, de los cronistas.
En este vasto señorío reina ahora el orden, la seguridad y la prosperidad.
Lo que le movía era el sentido espiritual de la vida, la fuerza de la fe.
En una oferta dijo: no mirar la pequeñez de lo que se ofrece, sino la grandeza de la fe que la inspira”.
Junio del año 970. Otra vez en el monasterio de Arlanza. Llantos de damas, silencio dolorido de guerreros, cantos fúnebres de monjes. Es el entierro del conde Fernán González. Quiso dormir el último sueño en aquella casa, fundación de sus padres, allí descansaba, hacía veinte años, su primera esposa en un espléndido sarcófago.
El suyo debía ser sencillo y sin adornos. El mismo lo escogió; él mismo mandó poner la palabra temible: “Obiit”: Murió.
Ahora no está allí, sino en la villa cercana de Covarrubias.
Un monje, le calificó de “siervo”; los juglares, le llaman “héroe”; los copistas, “cónsul”; los notarios, “conde” por la gracia de Dios y “duque”. Castilla le fue fiel hasta el sepulcro y después siguió cantándole y recogió amorosamente su testamento.
Todo hombre mejor debe ser preferido al que es inferior a él: el activo al inepto, el noble al vil. Por eso,
La Castilla por él creada, será el primer núcleo de la unidad española. Superando egoísmos mezquinos, continuará, con más empuje que nadie, la obra de la Reconquista, inventará grandes empresas en servicio de las más altas ideas religiosas y morales, e invitará a los demás pueblos peninsulares a colaborar en un quehacer común de gigantes proporciones.