ad sidera visus

Dar a conocer los orígenes de nuestra enseña nacional, así como los del título Príncipe de Asturias, tradicionalmente adjudicado al heredero de la Corona, que el capricho del destino ha querido que el naci­miento de ambos coincidie­se en un mismo momento histórico.

 

Ambas cosas se produ­jeron durante el reinado de la Casa de Trastamara, que se inició con Enrique II, conde de dicho nombre, an­tes de su proclamación co­mo Rey, a la muerte, vio­lenta de su hermanastro Pedro I (hijos ambos de Alfonso XI de Castilla), con la ayuda de Bertrand du Guesclin, Con­destable de Francia, el de la fa­mosa frase de «ni quito ni pon­go Rey, pero ayudo a mi se­ñor», dinastía que fue sucesi­vamente representada por Juan I, Enrique III y Juan II, que fue quien puso fin a la misma, no sin antes legarnos a su hija Isa­bel, fruto de su matrimonio con Isabel de Portugal, con la que reposa en Burgos en la Cartuja de Santa María de Miraflores, en sepulcro de ala­bastro esculpido por Gil de Si-loe, extraordinario alarde de inspiración y belleza, y cuya hija, más tarde reinaría como Isabel la Católica, cuyo nom­bre va asociado a la Unidad Nacional y al descubrimiento de América.

Concretamente, fue en el reinado de Juan I (1358-1390), cuando vieron la luz por pri­mera vez, tanto nuestra bande­ra Nacional como el título de Príncipe de Asturias.

Mantengo que ambas cosas nacieron en Castilla y en el momento histórico antes ex­presado.'

La bandera, además, y para orgullo de las mujeres españo­las, en su nacimiento lleva ma­tices y connotaciones pura­mente femeninos, porque fue­ron ellas, representadas por las que habitaban a la sazón en Palencia, las que con su valen­tía y coraje lo propiciaron.

Encontrándose los hombres castellanos, luchando fuera de su tierra, con su Rey a la cabe­za, en la aventura de la con­quista y anexión de Portu­gal, que acabó en desastre armado, con la derrota de Aljubarrota, el inglés Du­que de Lancaster, conoce­dor de los apuros castella­nos, atacó a Castilla, y en concreto a Palencia, que estaba desguarnecida y sin nombres por las razones di-- chas, y fueron entonces ellas, las mujeres palentinas, las que empuñaron las armas, con tal arrojo y ardor que de­rrotaron a los ingleses, que sin cobrar su presa, no tuvieron otra opción que marcharse en precipitada retirada.

El Rey Juan I de Castilla, enterado de la heroica defensa llevada a cabo por las mujeres de Palencia, acordó la con­decoración y distinción de las mismas, extremo que llevó a cabo, imponiendo a cada una de ellas, un lazo con dos colo­res. Estos colores eran el rojo y el amarillo, es decir, los de nuestra bandera, la rojigualda, por lo que fue allí, y no en otro sitio, donde tuvo lugar su ori­gen.

¿Y el título de Príncipe de Asturias, dónde obtuvo el su­yo?

Pues fue (y de ahí la cohe­rencia de tratar conjuntamente las cuestiones de bandera y tí­tulo), también en Castilla, en el mismo reinado, en cercanas fechas y con los mismos prota­gonistas: Juan I de Castilla y el Duque de Lancaster.

Ambos decidieron poner fin a las hostilidades, aunque de forma sumamente onerosa para los castellanos, firmán­dose el tratado o Paz de Tron-coso que fue ratificado en Ba­yona en 1388.

Al margen de diversas con­diciones establecidas, que no son del caso, la principal fue que la hija del Duque, Catalina de Lancaster, contrajera matri­monio con Enrique III, here­dero de Castilla, como así ocu­rrió, seguidamente en Palencia, y el que tomarían a partir de entonces, un título nuevo y creado al efecto.

Ese título era el de Prínci­pe de Asturias.

Es por tanto, al igual que el de nuestra bandera, el castella­no nacimiento y origen del mismo y con el que se ha ve­nido distinguiendo a los here­deros de la Corona, y que en el momento actual, está en poder \ de D.. Felipe de Borbón y Gre­cia, a quien deseamos toda clase de plácemes y venturas, ' en su próximo estado civil, en su papel actual de Príncipe y en su día como futuro Rey de España, de la misma forma que esperamos, como siempre lo ha hecho la Institución Mo­nárquica, el que defienda y ha­ga respetar la integridad de Es­paña, así como la enseña de nuestra Patria, por los valores que conlleva y lo mucho que la . misma representa.