ad sidera visus

La encíclica Humanae Vitae goza de una actualidad permanente al tratar de temas tan importantes como la "transmisión de la vida", "naturaleza y la finalidad del acto matrimonial", de las "vías ilícitas para la regulación de los nacimientos", de la "licitud del recurso a los períodos infecundos" y de las "graves consecuencias de los métodos de regulación artificial"."A Tender Moment"  1859. Jules Trayer Private collection


La transmisión de la vida.

El gravísimo deber de transmitir la vida humana ha sido siempre para los esposos, colaboradores de Dios, fuente de grandes alegrías aunque a veces acompañadas de no pocas dificultades y angustias.

El desarrollo demográfico, las condiciones de trabajo y de vivienda hacen hoy día difícil el mantenimiento adecuado de un número elevado de hijos y se recurre a “regular la natalidad”.

 

Regular la natalidad mediante “paternidad responsable” y aplicando “métodos artificiales de nacimientos”.

Los esposos mediante su recíproca donación personal tienden a la comunión de sus seres en orden a un mutuo. Perfeccionamiento personal para colaborar con Dios en la generación y en la educación de nuevas vidas.

El amor conyugal

El amor conyugal es plenamente humano, sensible y espiritual

Es un acto de la voluntad libre, destinado a mantenerse y crecer, mediante las alegrías y dolores de la vida, de forma que los esposos se conviertan en un solo corazón y en una sola alma  y juntos alcancen su perfección humana.

Es un amor total, forma singular de amistad personal.

Quien ama de verdad a su consorte, no lo ama sólo por lo que de él recibe sino por sí mismo.

Es un amor fiel y exclusivo, hasta la muerte.

La fidelidad es manantial de felicidad profunda y duradera

Es un amor fecundo, suscitando nuevas vidas.

Los hijos son el don más excelente del matrimonio y contribuyen, sobremanera, al bien de los propios padres.

Paternidad responsable significa conocimiento y respeto de sus funciones, la inteligencia descubre el poder dar la vida, leyes biológicas que forman parte de la persona humana y comporta también el dominio necesario que sobre aquellas han de ejercer la razón y la voluntad.

La paternidad responsable comporta sobre todo una vinculación más profunda con el orden moral objetivo y que los cónyuges reconozcan sus propios deberes para con Dios, para consigo mismo, para con la familia y la sociedad.

Respetar la naturaleza y la finalidad del acto matrimonial

Estos actos, con los cuales los esposos se unen en una casta intimidad son “honestos y dignos”, siguen siéndolo aún que sean infecundos.

Dios ha dispuesto leyes y ritmos naturales de fecundidad que por sí mismos distancian los nacimientos.

Inseparables los dos aspectos: unión y procreación

El hombre no puede romper los dos significados del acto conyugal: unitivo y procreador.

El don del amor conyugal respetando las leyes del proceso generador significa reconocerse no árbitros de las fuentes de la vida humana, sino más bien administradores del plan establecido por el Creador.

La vida humana es sagrada desde su comienzo.

Vías ilícitas para la regulación de los nacimientos

Hay que excluir absolutamente, como lícita para la regulación de los nacimientos, la interrupción directa del proceso generador ya iniciado, y sobre todo el aborto querido y procurado, aunque sea por razones terapéuticas

Hay que excluir  igualmente la esterilización directa, perpetua o temporal, así como toda acción que tenga, como fin o medio, hacer imposible la procreación, invocando el mal menor.

No es lícito, ni aún por razones gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien

Es un error pensar que un acto conyugal, hecho voluntariamente infecundo, intrínsecamente deshonesto, pueda ser cohonestado por el conjunto de una vida conyugal fecunda.

Licitud de los medios terapéuticos

No es ilícito el uso de los medios terapéuticos verdaderamente necesarios para curar enfermedades del organismo, a pesar de que se siguiese un impedimento para la procreación, con tal que ese impedimento sea directamente querido

Licitud del recurso a los períodos infecundos.

Algunos se preguntan actualmente, ¿no es quizás racional recurrir en muchas circunstancias el control artificial de los nacimientos, si con ello se obtienen la armonía y la tranquilidad de la familia y mejores condiciones para la educación de los hijos ya nacidos? Hay que responder con claridad: la Iglesia es la primera en elogiar  y en recomendar la intervención de la inteligencia, pero respetando el orden establecido por Dios.

Si existen serios motivos para espaciar los nacimientos, la Iglesia enseña que entonces es lícito tener en cuenta los ritmos naturales inmanentes a las funciones generadoras para usar del matrimonio sólo en los períodos infecundos y así regular la natalidad,  salvaguardando la mutua fidelidad y dando prueba de amor verdadero y honesto

Graves consecuencias de los métodos de regulación artificial

La aplicación de estos métodos abre un camino fácil y amplio a la infidelidad conyugal y a la degradación general de la moralidad.

El hombre habituándose al uso de las prácticas anticonceptivas acaba por perder el respeto a la mujer, considerándola como simple instrumento de goce egoístico y no como a compañera, respetada y amada.

Sin en la sociedad se extendieran estas prácticas, las autoridades públicas llegarían a legalizarlas con miras a la solución de problemas demográficos.

De la Encíclica de Pablo VI del año 1968